CATAMARCA

Hizo volar a su suegra con dinamita

César Rodríguez trabajaba en una mina de Catamarca. Se puso de novio con una adolescente pero la madre se opuso a la relación. Ahora lo juzgan por ponerle una bomba.
sábado, 22 de abril de 2017 · 09:37
César Rodríguez consiguió trabajo de muy joven en la actividad minera, primero como camionero y luego como operario de máquinas viales. Pasaba semanas enteras en la mina de Farallón Negro, donde hasta tenía asignado un cuarto. Cuando bajaba de allí, atendía el comercio familiar. Su rutina se mantuvo casi invariable durante los últimos 10 años. Hasta que en 2012 conoció el amor.

Erika era la hija menor de Justina Flores. Tenía sólo 14 años cuando empezó a salir con César, que entonces tenía 31. La relación fue imposible desde el primer capítulo: la mamá de la adolescente se oponía a que tuviera novio y, más aún, a que fuera alguien tanto más grande. Y, encima, de la familia Rodríguez.

Pero el noviazgo siguió. César empezó a pedirle a Erika que se fuera a vivir con él, pero la mamá no le permitía siquiera salir del hogar. El conflicto fue creciendo y, tras una pelea, la chica decidió escaparse de su casa.

César alquiló una pieza en la localidad de Belén y allá se fueron. Pero Justina no se quedó tranquila: junto a los hermanos de Erika, la buscó por todos lados. Hasta que un día de agosto de 2012 se la encontró en una plaza. La mujer fue a la comisaría local, denunció al novio de la chica por abuso sexual de menores y logró que detuvieran a la pareja.

Se inició una causa penal que, insólitamente, no avanzó. Pero al menos logró convencer a Erika de que dejara a César y regresara a casa.

El hombre enloqueció. Se obsesionó con la adolescente y comenzó a perseguirla para que volviera con él. Le ofreció casamiento y una vida nueva, lejos de allí. Cuando vio que no tenía grandes chances, se acercó a su amiga Estefanía para intentar que ella la convenciera. Como la cosa no funcionaba, la tentó con conseguirle trabajo en la mina si tenía éxito.

La chica intentó ayudarlo, pero todo fue para peor. A mediados de 2013, los reunió en su casa de Los Nacimientos. Como Erika amagó con irse, le quitó el celular y la dejó encerrada en una habitación junto a César. Ahí empezaría a escribirse el final del drama.

Los exnovios tuvieron una discusión. Ella se enojó mucho por la trampa en la que había caído y él le insistió con que regresara a él. "Me voy a vengar de esto”, le gritó Erika. "Yo me voy a vengar más, porque te voy a quitar a cualquiera de tu familia”, le habría respondido César. "A tu vieja, a tu hermano...”, habría puntualizado, antes de intentar forzarla a tener sexo.

Erika escapó, sin saber lo que vendría.

En la mañana del 26 de septiembre de 2013, Justina Flores (65) se despertó más temprano que de costumbre. Uno de los hermanos de Erika la llevó en moto hasta la ruta 40 y allí se tomó el colectivo que une Los Nacimientos con Santa María. Llegó a las 9, pagó unas boletas, compró provisiones para toda la familia y después fue hasta una casa que alquilaba en esa localidad. Tenía que buscar maíz y afrecho para unos animales que tenía en el pueblo. Su plan era volverse en el micro de las 13, por lo que un rato antes salió de la propiedad para ir a la terminal. Tuvo suerte: justo pasaba un remís por la puerta y logró hacerle señas para que se detuviera.

El chofer era Neri Ángel Santos, un muchacho de 26 años, hijo de una familia pobre y único sostén de sus padres. Justina le pidió que metiera su coche -un Volkswagen Polo- en la entrada de autos y que la esperara allí, mientras ella buscaba adentro todas las bolsas que tenía que cargar hasta la terminal. El remisero no se quedó ahí: bajó y se dispuso a ayudarla.

Sería lo último que haría antes de volar por los aires.

La explosión sacudió a medio Santa María. Lo primero que se encontraron los rescatistas que llegaron a la casa fue a Neri tirado entre su auto y otro coche que había dentro del garage, un Ford Fiesta. Estaba boca arriba, muerto y mutilado: había perdido hasta los ojos. A sólo 80 centímetros de él estaba el cuerpo de Justina, boca abajo y con el cuerpo desgarrado. El cielorraso del garage había caído, parte de una ventana había estallado y las paredes lucían daños. Dentro y fuera de los cadáveres había trozos de hierro de 6 milímetros de diámetro y entre 1 y 2 centímetros de largo.

Una bomba tipo vietnamita, de las que arrojan pedazos de metal como proyectiles al estallar, había explotado entre ellos.

La Policía tardó apenas unas horas en ir a detener a César Rodríguez. Se lo llevaron preso y al día siguiente allanaron su casa, donde encontraron tres cartuchos de gelignita -un explosivo gelatinoso- marca Gelamón 65%, manufacturado por la Fábrica Militar de Explosivos de Villa María; distintas herramientas y un cuaderno "Éxito” de espiral en cuyas páginas cuadriculadas había dibujado el diagrama de un circuito electrónico.

El material explosivo hallado en la casa de César, se comprobaría luego, era el mismo que se utilizaba en la mina de Farallón Negro. Para los investigadores no hacía falta más pruebas, pero el acusado interpuso una coartada sólida: había estado trabajando en la mina toda la semana previa y recién había salido de allí a las 9 de la mañana del día de la explosión. Luego había estado atendiendo el negocio familiar hasta el mediodía -donde lo habían visto varios testigos- y había almorzado con sus padres, siempre en Los Nacimientos. Es decir, a 110 kilómetros del lugar del doble crimen.

Sin embargo, pronto los peritos lo pusieron en aprietos. Los especialistas indicaron que lo que había matado a Justina y a Neri había sido una trampa explosiva: una bomba colocada dentro de una caja de herramientas de plástico, dejada por alguien sobre el capó del Ford Fiesta estacionado en el lugar, que se había activado al ser tocada por Justina.

El testimonio de la novia de uno de los hijos de la víctima lo terminó de complicar. La joven contó que había pasado por la casa del estallido siete días antes y que había visto la caja depositada sobre el capó del Ford Fiesta. El detalle le había llamado la atención, pero había olvidado comentarlo con el resto de la familia.

Para la Justicia, César Rodríguez había ido el 19 de septiembre a esa casa, había dejado el explosivo y luego había ingresado a trabajar a la mina. Sabía que iba a matar a algún Flores, pero no cuándo ni a quién.

El juicio terminaría la semana próxima. Luego empezará la demanda civil que Gabriela Carrizo, abogada de la familia del remisero, planea contra César y contra la mina. Espera conseguir algún resarcimiento para la humilde madre de Neri Ángel Santos, el joven al que no tanto el amor como el destino hizo volar.

(Fuente: Clarin.com)

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