En una isla sin semáforos y rodeada de mar, un argentino hizo crecer un club de fútbol con alma latina. Peleó ascensos, sufrió descensos, enfrentó trabas migratorias y hoy sigue liderando un proyecto hecho a pulmón. Alan “Cabe” Yunes, futbolero de 36 años, dejó Argentina en 2013 y encontró en Nueva Zelanda mucho más que un lugar para vivir.

Su historia no tiene flashes ni estadios llenos, pero emociona porque habla de esfuerzo, de comunidad y de amor por la pelota en un rincón donde el rugby es ley.

“Llegamos con mi pareja con una visa working holiday. Su primo nos recomendó Waiheke y nos enamoramos del lugar. Tranquilo, sin semáforos, con veredas angostas y mucho verde. Al poco tiempo, ya me sentía en casa”, relató.

Alan "Cabe" Llunes
Alan "Cabe" Llunes

Apenas aterrizó en esa isla perdida del Pacífico, “Cabe” necesitó volver a su zona de confort: una cancha de fútbol. Fue en busca de un club y así se topó con el Waiheke United AFC. Por entonces, no había ni un solo argentino en el equipo. Hoy, la mayoría del plantel es latino. Hay uruguayos, chilenos y, sobre todo, argentinos que fueron llegando y encontrando lo mismo que él: una razón para quedarse.

“Fuimos creciendo a base de esfuerzo. Entrenábamos de noche, nadie cobraba, pero ascendimos. Llegamos a la cuarta división nacional”, contó. El club comenzó a competir de verdad. De ser un equipo barrial pasaron a enfrentarse con otros más estructurados. Lo que no tenían de presupuesto, lo suplían con corazón.

En 2022, cuando parecía que nada los podía frenar, llegó un golpe inesperado. La federación neozelandesa decidió limitar a cinco los jugadores extranjeros por equipo. En Waiheke, donde el 90% del plantel eran inmigrantes, la medida los desarmó por completo. “Fue durísimo. Veníamos bien y de golpe tuvimos que rehacer todo”, reconoció.

El festejo de Waiheke United al salir campeón en el 2015
El festejo de Waiheke United al salir campeón en el 2015

El equipo descendió dos veces y este año, en una decisión dolorosa pero estratégica, decidieron bajar de categoría por cuenta propia, para reconstruirse desde abajo. “Queríamos volver a competir de verdad, pero con bases sólidas”, explicó.

Esa no fue la única dificultad que debieron afrontar. En la isla, la mayoría de los chicos se va a la ciudad cuando termina el colegio. Eso dejó al club casi sin jugadores juveniles. “Para jugar en ciertas categorías tenés que tener una reserva sub-23, pero no la podés formar si los chicos se te van. Este año uno de nuestros grandes objetivos es reclutar jóvenes”, manifestó.

El compromiso de “Cabe” fue tan profundo que decidió correrse del centro de la escena. Dejó la cancha para ayudar desde otro lugar, con la misma pasión de siempre. También lo hizo por algo más grande: la familia.

“Es la primera vez que doy un paso al costado. Estoy por tener a mi segunda hija y quise enfocarme en eso. Igual sigo cerca del club, ayudando en lo que puedo. Siempre voy a estar”, contó emocionado. Pero la historia de “Cabe” no empieza en Waiheke. Antes de construir este sueño entre árboles y mar, estuvo cerca de cumplir otro. Se probó en Yupanqui, ese club del ascenso argentino que muchos asocian con el esfuerzo silencioso. No quedó, pero esa experiencia le enseñó a no bajar nunca los brazos.

Fanático de River, vio campeonatos con el “Cholo” Simeone y también vivió el descenso. Con Gallardo, como tantos hinchas, recuperó la fe. Esa pasión fue la que lo acompañó hasta Nueva Zelanda, y la que le dio fuerzas para construir, prácticamente desde cero, un pedazo de Argentina en el otro lado del mundo.

“El fútbol en Nueva Zelanda está creciendo. Ya hay más chicos inscriptos en fútbol que en rugby. Pero todavía no lo quieren declarar profesional. Es un limbo: todos sabemos que lo es, pero falta que lo digan.”

Hoy, a los 36, ya no sueña con jugar en Argentina. No porque no le haya quedado el deseo, sino porque aprendió a poner sus sueños en otras canchas. “Me hubiera encantado volver a mi país para jugar en algún club, pero ese tren ya pasó. Lo mío está acá, ayudando a que otros puedan jugar.”

Puede que no haya luces ni cámaras en este fútbol isleño, pero cada vez que un pibe se calza los botines en Waiheke United AFC, lo hace sobre una historia que “Cabe” ayudó a construir con esfuerzo, amor y la convicción de que el fútbol, aún en los rincones más inesperados del planeta, sigue siendo la forma más noble de sentirse en casa.