MIGUEL DE LA 14

Abandono del Ser

A veces nos preguntamos: ¿Cómo anda tu Vida? Y aún, en ese a veces, nunca preguntamos “por tu Existencia”. Eso es: sólo vivimos en lo ente y muy lejos del Ser.
domingo, 16 de junio de 2019 · 07:00

A veces nos preguntamos: ¿Cómo anda tu Vida? Y aún, en ese a veces, nunca preguntamos “por tu Existencia”. Y pienso en la asimilación que hacemos con aquella pregunta, casi habitual, a los animales y a las plantas. Pero, seguramente, tiene un motivo inconsciente. Porque sólo estamos habitando en una repleción de artificios, de cosas, sólo en la materialidad de lo cotidiano. Sólo escuchamos la apelación de “lo que hace falta” y no escuchamos la apelación de lo conforme a esencia.

Eso es: sólo vivimos en lo ente y muy lejos del Ser. Aunque todo el tiempo lo nombramos: cuando decimos “esto es…”, “aquello es tal cosa”, con esa palabra “es” nombramos al Ser, y no lo sabemos porque no le ponemos atención.

Hablo de nuestra vida siempre en la exterioridad y ocasionalmente, con dolor o con pudor, nos quedamos un instante en nuestra interioridad. En la materialidad, el positivismo y el atravesamiento del mercado, hacemos un abandono del Ser.

“El abandono del ser se oculta en la creciente validez del cálculo, de la velocidad y de la exigencia de lo masivo. En este ocultamiento se encuentra la más obstinada inesencia del abandono del ser y la hace inatacable”.

-El cálculo- tan sólo puesto en el poder a través de la maquinación de la técnica fundada en el saber matemático. La seguridad del “ente”, con el “ente” todo es posible. No se requiere la pregunta por la esencia de la verdad, todo ha de orientarse según la posición respectiva del cálculo. De allí la primacía de la organización renuncia a una transformación radical que crezca libremente. Lo incalculable es aquí lo aún o vencido en el cálculo.

El cálculo es pensado aquí como ley fundamental de comportamiento, no como mera reflexión y hasta astucia o habilidad de un hacer aislado, que pertenecen a todo proceder humano.

-La rapidez- de todo tipo, el aumento mecánico de las “velocidades” técnicas, y éstas en general sólo una consecuencia de esta rapidez. Ésta, el no resistir en la tranquilidad del oculto crecer y de la espera. La manía por lo sorprendente, por lo que arrastra y golpea siempre de nuevo inmediata y diferentemente. La fugacidad como ley fundamental de la estabilidad. Necesario el veloz olvido y el perderse en lo próximo. Hay una ceguera con lo verdaderamente instantáneo, no fugaz, sino inaugurador de la eternidad.

Para la rapidez, lo eterno es el mero continuar de lo mismo, el vacío y así sucesivamente.

 

-El surgir de lo masivo- Las masas, y no mentadas solo en lo social, se establecen porque ya existe el número y lo calculable. Accesible a todos de la misma manera. Lo común a muchos y todos, exigen el cálculo y la rapidez y estos le dan a lo masivo las vías y los marcos. Esto habla del “rebaño”, de la seguridad del rebaño, habla del Hombre medio.

Estos modos de estancia en el “ente” y sus dominios son socavadores, porque no dejan allanar, simplemente, como formas externas que contienen un interior, se ponen a si mismas como lo interior y niegan la diferencia de un interior y un exterior. 

A estos modos corresponde en que se alcanza el saber y la distribución calculada, rápida, masiva de conocimientos incomprendidos. Muchos muchos y en cuanto antes.

Todo esto lleva a la depotenciación de la Palabra. El monopolio de la Palabra por la máquina. Hay un desprecio por el pensamiento meditativo. Es la época de la total incuestionanabilidad de todas las cosas y de todas las maquinaciones. La época del desarraigo y la pérdida del Suelo, del Hombre.

El Hombre mismo como ente que ha perdido su ser, se ha convertido en presa de su caza de acontecimientos.

 

 

                                                                                        Miguel A. Montoya Jamed

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