OPINION

Guardate el escrache

Los incidentes de este tipo volvieron a repetirse incluso en San Juan, afectando a un precandidato de Cambiemos. El que festeje, tarde o temprano también caerá.
viernes, 26 de julio de 2019 · 11:13

Por Daniel Tejada
Canal 13 San Juan

Así como en algún momento le tocó a Cristina Fernández de Kirchner, Oscar Parrilli, Aníbal Fernández, Daniel Scioli y Axel Kicillof, en distintos contextos, los escraches saltaron la grieta y llegaron hasta el mismísimo presidente de la Nación, Mauricio Macri. E incluso hasta un precandidato de Cambiemos en San Juan, como Rodolfo Colombo. El video se difundió este jueves, en pleno tiempo de descuento para las primarias del 11 de agosto.

Está claro que el derecho a manifestarse es inherente a la democracia. Pero también es evidente que hace tiempo caminamos por un delgado límite entre la libertad de expresión y la violencia verbal o incluso la física. Ninguna de las dos es admisible. Tristemente, el llamado a la cordura que debió venir desde las autoridades, hoy debemos hacerlo desde este espacio. Apagar un fuego con nafta no parece ser la receta para calmar las ansiedades ni el malestar.

La grieta rindió frutos en términos políticos a punto tal que las próximas elecciones presidenciales están condenadas a dividir en dos la torta, con resultado abierto, pero eliminando de cuajo la chance de terceras alternativas. Fue cara o ceca. Y la avenida del medio se encogió al estilo de la calle angosta, la de una vereda sola. Entonces, esto de que el demonio está del otro lado, esta lógica del amigo-enemigo, dejó en ventaja a los dos extremos. Aún así, hay daño colateral.

Mientras la dirigencia política tiene más o menos definido el límite, a la gente que se alimenta con toneladas de odio cotidianamente hace años, mucho antes de diciembre de 2015, puede resultarle confuso divisar los bordes. Entonces, fácilmente se cometen actos antidemocráticos.

Los escraches más famosos de Argentina posiblemente hayan sido los que llevó a cabo la Agrupación HIJOS en los años '90, cuando las leyes del perdón garantizaron la impunidad de los genocidas. Sin Justicia posible, la única alternativa era visibilizar los domicilios de los represores que siguieron con su vida sin rendir cuentas por las desapariciones, las torturas, la apropiación de bebés.

Cuando se derogaron las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, terminaron los escraches. Quedaron en abstracto. La única vía posible para reclamar justicia era estrictamente el Palacio de Tribunales. Si hacemos la analogía con nuestros gobernantes, entenderemos que desde octubre de 1983, cuando ganó las elecciones presidenciales Raúl Alfonsín, el mayor poder ciudadano es el que se ejerce en las urnas cada dos años. 

Esto no significa que haya que aceptar mansamente todas las medidas a lo largo de cada mandato. En absoluto. Pero aún las manifestaciones públicas, tanto de parte de los sindicatos como de las organizaciones sociales, tienen coordinación, conducción y un cierto marco que les permite no perder legitimidad. Hay sobrados ejemplos. Cada vez que voló una piedra, se rompió una plaza o una vidriera, la noticia giró en torno a esas imágenes, dejando en segundo plano el motivo original del reclamo. Inútil totalmente.

Frotarse las manos porque fue vulnerada la seguridad del presidente de la Nación es una bajeza. Como lo fue cada vez que se aplaudió el escrache a los funcionarios de la gestión anterior. Posiblemente ahora que la violencia empezó a visibilizarse sin distinguir el lado de la grieta, haya una luz amarilla para detenerse.

Los dirigentes con un par de décadas de militancia sobre sus espaldas podrán recordarlo con nitidez. Hubo una época en que la bronca social ganó las calles y no distinguió entre radicales, peronistas, bloquistas o socialistas. Tampoco hizo diferencia entre los funcionarios de Ciudad de Buenos Aires o San Juan. Todos cayeron en la misma categoría de indeseables. El símbolo fue la cacerola. Y la consigna que todavía retumba en el archivo, "que se vayan todos".

El costo fue demasiado elevado. Los escraches tienen que parar. No solamente los que encarna alguien en la calle. Al menos, ese incauto tiene la dignidad de poner el cuerpo. También hay que frenar la mugre enmascarada en las redes sociales. El que crea que tiene la violencia bajo control, se equivoca. Y posiblemente se arrepienta cuando sea demasiado tarde.


JAQUE MATE

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