OPINIÓN

Maldita virtualidad

Hay razones de sobra para reclamar el regreso a las clases presenciales. También hay un contexto alarmante y hasta absurdo. Politizar no ayuda.
lunes, 31 de mayo de 2021 · 09:56

Ahí estaba ella, con apenas cuatro añitos, con un antifaz y un picnic por el Día de los Jardines de Infantes, montado artificialmente frente a la computadora. Desde el monitor la señorita intentaba entusiasmarla a ella y a sus compañeritos, cada uno en su propia casa. Un verdadero simulacro de lo que alguna vez fue y la pandemia arrebató. Pasó el viernes, en un hogar que además de PC con webcam tiene conexión a internet. Claramente no es el promedio, en términos de poder adquisitivo y conectividad.

Fue una imagen traumática, posiblemente más para los adultos que supieron de otros tiempos. Para los niños y niñas -sobre todo los más pequeños- el aislamiento y el distanciamiento es la realidad que conocieron. Doblemente doloroso para quienes soñaron con brindarles una infancia plena, sin carencias.

Entonces, sí: da ganas de agarrar el mundo a patadas. Como si eso fuera a resolver algo. Nunca jamás el berrinche torció el curso de la realidad, sobre todo cuando esa realidad estuvo dictada por la propia naturaleza.

Justo el viernes, Día de los Jardines de Infantes, el gobierno de la provincia resolvió extender al menos hasta el 11 de junio la virtualidad escolar. Las opiniones partieron en dos, lógicamente, porque las pantallas jamás serán sustitutas del encuentro presencial. Pero esa misma jornada San Juan terminó con casi 800 casos positivos nuevos y 13 fallecidos.

Los contagios no están sucediendo en las escuelas. Es un dato objetivo registrado por el Ministerio de Educación. Solo el 0,22 por ciento de los alumnos contrajo el Coronavirus y poquito más del 3 por ciento de docentes y no docentes. Entonces resulta llamativa la decisión de mantener las aulas cerradas, si evidentemente los protocolos están funcionando.

Por otra parte, los docentes han sido vacunados en un 95,7 por ciento, según el último reporte oficial de Salud Pública. Casi la totalidad de la población objetivo definida en ese segmento tiene al menos una dosis aplicada. Es otro argumento para reclamar enérgicamente el retorno a la presencialidad.

Pero la complejidad del presente exige elevar un poco el enfoque. Superar la impotencia y hasta la rabia de ver a los niños y niñas recluidos. El cierre de las escuelas básicamente permite sacar a decenas de miles de personas de circulación. Sin clases presenciales, no hay ocupación del transporte público de pasajeros. Y por estos días los colectivos sólo podrán llevar personas hasta completar sus asientos, con la prohibición expresa de llevar a alguien de pie. Además, deben transitar con las ventanillas abiertas, para garantizar la ventilación cruzada.

Es verdad que muchos alumnos y alumnas van al colegio en vehículo particular. Pero hay muchos otros que dependen estrictamente del transporte público. Quien sea usuario habitual del servicio, podrá dar testimonio de ello. En horarios de entrada y salida escolar, los coches se completan con guardapolvos y mochilas. Siempre fue así y debería seguir así. Pero hay una peste contagiosa que dio vuelta todo.

También genera malestar la apertura de todas, todas las actividades comerciales y hasta de esparcimiento, mientras la educación sigue confinada a la espantosa virtualidad. Pero esto también tiene una justificación. Con una pobreza del 40 por ciento, no hay cabida para seguir mandando a la quiebra a las pymes y las micropymes. Aquí entran hasta las canchas de fútbol 5 y las de paddle, los bares y restaurantes. Entonces sí, en estos días se puede jugar un picadito y tomarse un trago, pero no se puede ir a clases. Es parte de la nueva normalidad, absurdamente determinada por los contagios.

Hay gran expectativa por ver reflejado en los partes diarios de Salud Pública una baja importante de la curva, a partir de esta semana. Hay una imperiosa necesidad de aliviar las terapias intensivas, que quedaron al borde del colapso. Si el viernes pasado se llegó casi a los 800 casos, ese número sólo debería duplicarse con el correr de los días, salvo por el confinamiento. Parar todo era el último recurso, aunque sea por un tiempo acotado, para seguir adelante hasta el próximo pico. Es el esquema que vendrá por delante: los cierres intermitentes.

Las clases virtuales seguirán por los próximos días, pero es de esperar que vuelva gradualmente la presencialidad en la medida en que se aplane la curva. Posiblemente no será idéntica a la que se desplegó desde el lunes 1 de marzo hasta el viernes 21 de mayo, sino un poco más medida, solo para algunos. Está protocolizado por el Consejo Federal Educativo, en un acuerdo que firmaron todas las jurisdicciones salvo la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Mendoza.

El regreso de la presencialidad no necesita más argumentos. Es prioritario y ya nadie lo discute. Las escuelas, con un enorme esfuerzo tanto de docentes como de alumnos, han logrado acomodarse a los tiempos que corren. Hubo, hay y habrá miedos, por supuesto. Pero ese temor debería traducirse en cuidados cada vez más estrictos. Los niños y niñas suelen ser los que primero entienden, menos cuestionan, y más acompañan.

Mantener la virtualidad plena por una o dos semanas más tampoco es un capricho. Es una decisión ingrata para aliviar el transporte público y la circulación de personas en las calles. Politizar las medidas sanitarias no ayudará jamás a resolver el problema mayúsculo que enfrenta la provincia, el país y el mundo. No son tiempos de militar la confrontación, si izquierda y derecha están igualadas en la vulnerabilidad. Nadie escapa a la peste.


JAQUE MATE