INFORME ESPECIAL

Beatriz: Una sonrisa en la oscuridad, el frío y el abandono

En silla de ruedas, vive junto a su marido Orlando en una humilde casa de Villa Paolini, en Pocito. Les cortaron la luz y el resto del mundo los dejó a su suerte. Una durísima realidad y un silencioso pedido de ayuda.
sábado, 21 de julio de 2018 · 18:56

Desde la vereda se ve una casa con una precaria medianera. Adobes apilados, sin compactar. En uno de los sectores se ha desmoronado y deja ver la chatarra acumulada en ese patio de tierra. Es apenas el exterior. Queda mucho más por ver todavía.

Es la esquina de Independencia y Granaderos, en el corazón de Villa Paolini, en Pocito. Ese es el hogar de Beatriz.

El piso de tierra continúa dentro de la casa. Hay que entrar por el fondo. A Beatriz le cuesta moverse con su silla de ruedas en esa superficie. Apenas logra arrastrarse sentada, empujándose con el pie izquierdo, el único que puede mover después de haber sufrido dos ACV.

Al ingresar uno se topa con una pequeña mesa, sillas rotas y una cocina que sirve de repisa para una vieja cafetera tiznada. Una olla de acero inoxidable, también de vieja data, completa el cuadro. Ahí termina la improvisada "cocina-comedor". No hay bacha. No hay mesada. No hay alacenas. Apenas un surtidor al costado de la habitación. Y un tacho de plástico debajo.

Desde la cocina se percibe un olor indescriptible. Nauseabundo. No proviene del baño que está  separado apenas por una pared de ladrillo a medio terminar. No viene de ese sanitario embarrado, donde quedó instalado un calefón eléctrico hoy inútil, porque no tienen luz. El olor proviene de otra habitación, la más grande de toda la casa, que se ha convertido en un basural. Chatarra, muebles rotos y hasta desperdicios de comida se encuentran desparramados por todos lados. La putrefacción se hace sentir.

Llegamos al comedor. Alguna vez fue la sala de ingreso al hogar, pero hoy tiene la puerta clausurada. Una foto de recién casados, colgada en una pared, es el único testigo de un pasado con reuniones familiares y amigos. Eso quedó en el recuerdo. Ahora en ese lugar se acumulan los desperdicios de los perros de Beatriz. Hay que caminar con cuidado entre las deposiciones. La peste vuelve el aire imposible de respirar. Al menos para uno, para el recién llegado.

En este ambiente de la casa el techo está roto. A simple vista, corre peligro de derrumbarse en cualquier momento. 

Por último está la habitación donde duermen Beatriz y su esposo Omar. Sombría y fría. Una cama matrimonial en el centro es toda la comodidad para la abuela, que producto de sus afecciones necesitaría otro tipo de comodidad.

Desde hace tres meses no tienen luz. Todo comenzó con la falta de dinero para pagar las boletas. Luego un trámite complicó todavía más las cosas.

Curiosamente, Beatriz cobra una jubilación de amas de casa. Pero en su estado, no puede trasladarse. Por eso el trámite se lo encargó a una conocida. Y la plata que llega... no alcanza.

Las noches de invierno recuerdan a una película de terror en esta casa. Pero no es ficción. La oscuridad, por no tener electricidad, y las filtraciones de aire por las grietas congelan el interior.

Aún así, la tristeza que transmite la casa se contrapone a la alegría de Beatriz al recibir a algún visitante. Y pese a que prácticamente no habla, responde sonriente "sí o no". Su mirada se enciende frente al que se acerque.

Amorosa, gentil, cariñosa, sola, abandonada, olvidada. Así pasa, así es y así vive Beatriz sus días en la villa Paolini. 


(Informe: Alejandro Sánchez)

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