La Semana de Mayo invita cada año a reflexionar sobre el nacimiento de la patria, pero también sobre cómo era la vida cotidiana en distintas regiones del país en aquel entonces. En el caso de San Juan, el periodista Luis Meglioli ofreció en el segmento Te lo cuento por el 13 un interesante recorrido por la provincia, tal como era en 1810, cuando el proceso revolucionario comenzaba a tomar forma en Buenos Aires.

Una ciudad sin árboles ni acequias

En 1810, San Juan era un asentamiento modesto. No existían acequias para regar ni árboles que dieran sombra a las calles. Las construcciones eran en su mayoría ranchos de adobe o quincho, materiales propios de la región y accesibles para la población de aquel entonces. La arquitectura europea llegó más tarde, de la mano de las familias españolas más acomodadas, quienes comenzaron a levantar caserones y chalets con patios internos, amplias habitaciones y tradicionales galerías.

“La ciudad de San Juan creció a partir del siglo XIX”, explicó Meglioli, señalando que fue en ese siglo cuando comenzaron a sentarse las bases de una urbanización más definida.

Un perfil minero ya presente

Aunque la economía sanjuanina de hoy se destaca por la vitivinicultura, en 1810 la provincia ya tenía un perfil marcadamente minero. Existían al menos 35 explotaciones activas en distintas zonas como Calingasta, Jáchal, Valle Fértil y la región de Guanacache. La actividad era artesanal y precaria, pero dejaba en claro que los recursos del subsuelo eran valiosos desde entonces.

Población y representación política

La organización política también comenzaba a tomar forma en aquellos años. No todos los habitantes eran considerados “vecinos”. Esa categoría estaba reservada a los llamados “señores”, es decir, aquellos que poseían tierras, sabían leer y tenían cierta influencia social. Sin embargo, la llegada de José de San Martín en 1816 marcó un punto de inflexión.

Cuando San Martín promovió la participación de San Juan en el Congreso de Tucumán, se encontró con que la provincia solo había elegido un diputado, en proporción a la población registrada. San Martín consideró que esto era insuficiente y propuso ampliar la representación. Así fue como se designó un segundo diputado: nada menos que Francisco Narciso de Laprida, quien luego presidiría el Congreso de 1816 y declararía la Independencia.

Una San Juan en transformación

El retrato de San Juan en 1810 muestra una provincia en plena transformación, con una población aún reducida y dividida por clases, una economía con base en la minería rudimentaria, y una arquitectura que recién comenzaba a evolucionar. Pero también era una provincia que, aun desde su modestia, supo participar activamente del proceso revolucionario nacional, aportando figuras clave y sentando las bases de su propio desarrollo.