Fernando, el fotógrafo que volvió a nacer gracias a un trasplante de hígado
Fernando "Suricato" Martín contó en Canal 13 su historia, cómo fue el proceso que vivió hasta llegar al trasplante y cómo hoy promueve la importancia de la donación de órganos
Hace poco más de un año, Fernando “Suricato” Martín, un reconocido fotógrafo del deporte motor en San Juan, recibió una segunda oportunidad gracias a un trasplante de hígado. El camino fue largo, complejo y lleno de obstáculos, pero también estuvo marcado por la solidaridad de una comunidad que no dudó en tenderle la mano.
“Hoy cumplo un año y 36 días de trasplantado”, dijo Fernando en Canal 13. Su historia comienza con una serie de accidentes que alertaron a su entorno. “Yo trabajaba en cadetería para laboratorios dentales, andaba en moto todo el día. Empecé a caerme sin razón. Me bajaba y me caía con moto y todo. Al principio pensé que era un problema mecánico, pero después noté que no calculaba bien el tiempo ni la distancia.”
Una visita al médico fue clave. "El clínico me vio y me dijo: 'Hacete un ayuno de dos horas y una ecografía abdominal'. Tenía un color amarillo verdoso en la piel, y el abdomen como si estuviera embarazado de nueve meses", recordó.
El diagnóstico llegó como un mazazo: cirrosis hepática. “Pensé que era por alcohol, pero después entendí que podía ser por muchas otras causas: autoinmunes, medicación mal administrada o incluso el consumo excesivo de harinas.”
Desde ese momento, su vida cambió. Comenzó un tratamiento con corticoides, pero su estado se deterioraba. “Tuve encefalopatía hepática, el hígado afectaba mi sistema nervioso. Para mí, 800 metros eran 20 centímetros. No podía calcular nada.”
Finalmente, en octubre de 2023, los médicos le dieron la noticia: necesitaba un trasplante. “Ahí se me vino el mundo abajo. Era enfrentar algo totalmente desconocido. Como todo ser humano, le tenía miedo a lo que no conocía.”
La derivación al Hospital Italiano de Buenos Aires no fue fácil. Implicó trámites con la obra social, estadía lejos de casa y una batería de estudios exhaustivos. “Estuve 15 días internado para los estudios pretrasplante. Me revisaron de la cabeza a la uña encarnada. Cuando terminaron, entré oficialmente en lista de espera.”
Pero había una condición crucial: debía permanecer en Buenos Aires. “El hígado es el único órgano que dura solo cuatro horas después de extraído. Si estás en San Juan, no llegás. Tenés que estar sí o sí cerca del hospital.”
Eso implicó dejar todo. “Tuve que dejar mi casa, a mis hijos, dejar pagadas las cuentas sin saber cuánto iba a durar. Llevaba dos años sin trabajar, y vivíamos solo con la jubilación de mi esposa. Fue un golpe económico muy fuerte.”
Ante esa situación, Fernando decidió pedir ayuda. “Vendí la moto, la misma que usaba para trabajar. Y recurrí a la comunidad del deporte motor. Les dije: ‘Muchachos, necesito ayuda. Les dejo mi CBU’. Y se armó una campaña inmensa. Recibí depósitos de 10.000 pesos, 50.000... pero también de 100, de 200. Y esos eran de los hijos del público, los que me conocían por las fotos. Me decían ‘papá, quiero ayudar a Suricato’. Eso me quebró. Me salvó la vida un hígado, sí, pero también la gente.”
Finalmente, el milagro llegó. “El 23 de abril, a las 8 de la noche, me llamaron: ‘Fernando, venite al hospital, ya está el operativo en marcha’. Estaba a cinco cuadras, así que caminé con una mezcla de miedo, esperanza y gratitud. Ese día volvió a empezar mi vida.”Fernando vive con una nueva perspectiva y un profundo compromiso con la concientización. “Uno no piensa en el trasplante hasta que le toca. Y cuando te toca, entendés la importancia de la donación. No es solo un acto médico, es un acto humano. Gracias a alguien que dijo ‘sí’ en el peor momento, yo estoy acá.”
Lo que pasó ese día temido y esperado
“Yo llegué con mucho temor, con mucho pánico”, recordó. “El sábado antes de la operación le dije a mi esposa que quería ir a misa para estar más tranquilo. Llegamos antes de que comenzara. Estábamos solos frente al altar, con mi padre y mi esposa. Vi el crucifijo y empecé a sollozar, sin motivo aparente. Las lágrimas me salían solas”, añadió.
El momento fue tan profundo que, minutos después, una joven de la parroquia lo invitó a llevar las ofrendas. “Años hacía que no iba a misa. Intento ser un buen cristiano, pero hacía mucho que no me acercaba así. Fui al fondo, llevé el copón con la hostia sin consagrar. Mi esposa llevó el vino y el agua. Mientras caminaba hacia el altar, lo miraba a Jesús y lloraba, lloraba muchísimo. No era un llanto, era algo que salía solo. Sentía algo en el cuerpo que no puedo explicar”, explicó.
Tras la misa, el sacerdote —un mexicano devoto de la Virgen de Guadalupe— le dio la bendición. Su esposa había pedido por él. “Me abrazó y me dijo: ‘Que Dios te quite todos los temores y el pánico que has traído’. Yo me colgué del cura y lloré desconsolado. Mi esposa, en 40 años de casados, nunca me había visto llorar así. Ese momento me dejó muy en paz”.
Esa paz fue la que lo acompañó a la clínica. “Fuimos tranquilos, como quien va a comprar una golosina”, dijo entre risas. Lo llamaron para internarse a las 8:15 de la noche. Luego comenzó una larga madrugada. “Eran las 2, las 4, las 6 de la mañana, y no me llamaban. A las 7 llamamos al jefe del operativo, el doctor Orosco, que es colombiano. Me dijo: ‘Tranquilo, hasta las 10 tenemos tiempo de suspender el operativo. Primero tienen que estudiar el hígado. No es que lo sacan y lo colocan. Puede fallar el traslado, puede haber tormenta. Hay muchos factores’”.
Aunque no le informaron de dónde provenía el órgano, Fernando lo intuyó: “Gracias a la inteligencia artificial investigué los tiempos y me dio tres posibles provincias: Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Nunca te dicen quién fue el donante, pero uno se queda con la gratitud para siempre”.
Finalmente, el camillero llegó. “Ya me había bajado a fumar un cigarro para tranquilizarme. Cuando subo, venía a buscarme. Me despojé de toda mi ropa, de todo. Entré al quirófano con el espíritu en calma”.
La operación duró 14 horas. “Es una cirugía de altísimo riesgo. Pero nunca perdí el humor. Estaba en la sala de pre-cirugía haciendo chistes con los médicos. Una cirujana me dijo: ‘Cuando despiertes, vas a estar bien, monitoreado. Vas a tener un tubo, pero si podés respirar solo, lo sacamos’. Y así fue. Me desperté, sentía que no podía respirar, como si tuviera una caña en la garganta. Me hicieron toser para sacar flemas y ahí empezó a entrar aire”, señaló.
Su esposa, que había acompañado cada paso, también vivió la experiencia desde la fe. “Cuando entré al quirófano, ella se fue a dormir a otro piso. Tenía tanta confianza que ni se quedó esperando los resultados. Esa paz también la sostuvo a ella”.
Para finalizar reflexionó: “Todo depende de uno. Depende del espíritu, de la energía positiva. Sí, es una operación muy delicada. Pero el humor, la fe y la confianza en los médicos son fundamentales. Todo eso me salvó”. Tras ello sumó: “Donar órganos es un acto de amor. En el ocaso de una vida, se puede alumbrar otra”.