Salvo los fines de semana, había una rutina que Hugo repetía todas las mañanas: se levantaba a las 7.15, despertaba con paciencia a Clara, su hija de 2 años, la vestía entredormida y la llevaba a la casa de su mamá. Era la abuela quien la cuidaba hasta que se hacía la hora de ir al jardín. Pero ese viernes fue distinto, porque en el jardín no hubo clases. Así que Hugo, su mujer -que estaba embarazada de seis meses- y la nena aprovecharon para almorzar juntos. Comieron milanesas con ensalada. Después, Hugo les dio un beso y se fue a trabajar. Ese es el último recuerdo que tiene de ellas.

"Vale aprovechó que era viernes y se fue con Clarita hasta Arenales, el pueblo vecino, a visitar a su hermana y a sus sobrinos. El accidente fue a eso de las ocho y media de la noche, cuando estaban volviendo a casa", cuenta a Infobae Hugo Martínez, que tiene 42 años y trabaja en una cerealera en Arribeños, a 330 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Hugo estaba terminando de bañarse cuando sonó el teléfono: era la tía de Valeria y estaba preocupada. Le dijo que Valeria y la nena ya habían salido y que, un rato después, había escuchado la sirena de los bomberos.

Dijo también que la había llamado al celular para asegurarse de que estuvieran bien y que Valeria no contestaba. "Yo le dije 'quedate tranquila', porque uno piensa que nunca le va a pasar nada. Pero igual la llamé al celular", dice él. Se enteró de lo que estaba pasando de la peor manera: "Se ve que en el accidente el teléfono de ella se había activado y escuché la voz de un bombero que decía ´no dejen pasar a nadie que acá hay gente fallecida'. Mi lado más mezquino pensó: 'tiene que ser otro, tiene que estar hablado de la gente del otro auto". Hugo llamó a un amigo y le pidió que lo acompañara.