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El alzhéimer, desde el otro lado: "Estaba mal, nadie se daba cuenta, salvo yo"

La prestigiosa periodista Sally Quinn cuenta su experiencia personal como cuidadora de su marido aquejado de demencia. Una etapa triste, pero también cargada de aprendizaje
jueves, 26 de septiembre de 2019 · 18:07

“La palabra que empieza por A es mortal. Yo prefería llamar a aquello ‘demencia’, aunque nunca quedó claro lo que él tenía. Frente al alzhéimer, la demencia suena como algo que se puede amaestrar, como si fuera una consecuencia más de envejecer”. Sally Quinn, periodista de ‘The Washington Post’ ilustra con estas palabras cómo sobrellevó la dolorosa tarea a la que se tiene que enfrentar un cuidador ante un ser muy querido que se va perdiendo poco a poco.

Esa persona que se fue apagando fue su marido Benjamin Bradlee, renombrado editor del prestigioso periódico americano que supervisó los artículos de Bob Woodward y Carl Bernstein sobre el Escándalo Watergate. Fallecido en 2014 a la edad de 93 años, su enfermedad permaneció prácticamente velada fuera de su círculo más cercano hasta sus últimos años de vida.

Quinn publicará en las próximas semanas el libro ‘Finding Magic’ en el que traza su recorrido vital a la conquista de una espiritualidad personal y de un sentido profundo para su existencia. El periódico más célebre de la capital estadounidense ha decidido publicar un capítulo del volumen en el que se narra cómo Quinn vivió el progresivo deterioro de su esposo, mostrando el drama que muchos cuidadores sufren en silencio.

Lo que los demás no ven

 

“Pensaba que mi matrimonio era perfecto, que nuestro amor era inquebrantable y eterno”, cuenta la periodista en el libro. Quienes han sufrido la grave enfermedad de un cónyuge saben que ese hecho resulta devastador y es incluso capaz de destrozar cualquier lazo precedente, por muy estrecho que este sea.

Corría el año 2003 y ninguno de los dos miembros de la pareja sabía muy bien lo que estaba sucediendo. Ambos se encontraban sentados en la sala de un prestigioso psiquiatra de Washington. Por primera vez su relación se había vuelto insoportablemente tensa. “Su personalidad era alegre y optimista. De repente se había vuelto melancólico, malhumorado y en algunos casos fuertemente hostil. Nadie más veía ese lado suyo, solo se comportaba así conmigo. Todo fue apareciendo de manera progresiva, pero ahora estaba claro que su carácter era demasiado fuerte y no se iba”.

Durante aquellas sesiones, Bradlee tuvo que superar sus reticencias hacia los psiquiatras. También escuchar el pesar de su esposa que en parte le resultaba ajeno: “No puede ser que yo haya dicho eso o haya utilizado ese tono. Yo no soy así’, decía. ‘La quiero. ¿Por qué le hablaría yo de esa manera?”.

Tres años después, el editor acabaría siendo diagnosticado de demencia, si bien no abandonaría su trabajo. Hacia el año 2011 la situación se volvería, sin embargo, insostenible. Bradlee se comportaba de manera extraña y llegaba a revelar a veces información confidencial en sus reuniones. A partir de entonces, se decidió que cualquier llamada que le llegara tendría que pasar antes por Quinn, por su secretaria Carol o por el presidente del periódico, Don Graham.

En una fiesta celebrada por el locutor George Stephanopoulos y la actriz Ali Wentworth sucedería el episodio que marcaría un antes y un después en la enfermedad. “El rostro de Ben se volvió de repente pálido y débil. Se derrumbó en el sofá y empezó a tener convulsiones. Entornó los ojos, su boca se abrió y se acabó desmayando. En cuestión de minutos estábamos en el Hospital George Washington. En media hora, Ben se despertó y comenzó a hablar pidiendo a voz en grito que lo sacaran de allí”.

Dos días después, Quinn tuvo que aceptar que las cosas habían cambiado: “Ya no se mostraba tan agudo, era como si se hubiera perdido algo de él y yo era la única persona que se estaba dando cuenta”. Con todo, entre diferentes episodios de crisis, Bradlee continuaba siendo despierto y perspicaz. No obstante, que su marido mostrara momentos lúcidos suponía para Quinn que la enfermedad se hiciera más dura porque no sabía cuándo iba a tener delante a la persona de siempre y cuándo a un completo desconocido.

 

Quinn y Bradlee junto al exeditor del 'Sunday Times', Harold Evans, y su esposa. (Reuters)

Quinn y Bradlee junto al exeditor del 'Sunday Times', Harold Evans, y su esposa. 

 

En un determinado instante, se hizo necesario confesar el problema. Corría el otoño del año 2012. “Ben no puede coger más llamadas. Tiene demencia” informó Quinn a su amigo el editor de libros Harry Evans. “Oh, bueno. Temo que todos acabaremos así algún día, ¿no?”, contestó.

Los últimos momentos

Una condición semejante cambia la existencia de toda una familia. Quinn confiesa que, con todo, esta nueva vida acabaría siendo gratificante. Se trataba de una situación emocionalmente agotadora en la que ella se había convertido en una especie de madre protectora. Las hostilidades fueron desapareciendo: “Sentí de alguna manera que Dios me había devuelto a Ben”.

Su espíritu estaba en mí y el mío en él. No necesitamos decirnos nada sobre la muerte. Él lo sabía y yo lo sabía

En el año 2013 Benjamin Bradlee recibiría la Medalla Presidencial de la Libertad de manos de Barack Obama. Confiesa su esposa que la aprobación pública de sus lógros nunca fue algo que le preocupara, sin embargo, ahora “debía de saber que estaba llegando al final de su vida”. Aquel día Bradlee no se encontraba bien. El expresidente Bill Clinton, otro de los galardonados, le acompañó de la mano por la alfombra roja. “¿Sabes lo que Ben me ha preguntado?”, le dijo Clinton a Quinn tras la cermonia. “¿Te he tocado las narices alguna vez?’ No, le respondí. Pero solo porque cuando fui nombrado presidente tú habías dejado el cargo de editor”.

En septiembre de 2014, el médico de Bradlee tuvo que proferir la terrible sentencia: “Hay que llevar a Ben a una residencia”. Se estimaba que no le quedarían más de cuatro meses de vida. Quinn tuvo que soportar la terrible angustia de la preparación de su funeral cuando él aún estaba vivo: “Había llamado a la Catedral para establecer una cita. Tenía pactados los coros, un tenor, una banda, la comida, una carpa para la recepción, los árboles para la iglesia. No lloré. Tenía demasiado que hacer y no había tiempo suficiente. No lo había aceptado todavía. Estaba planeando todo aquello por si acaso”.

Una semana antes de fallecer, Bradlee realizó una inquietante pregunta: “¿Cuándo me marcho?”. “¿A qué te refieres, Ben?”, le respondió su mujer. “¿Cuando me voy a casa?”. Quinn confiesa que ese “marcharse a casa” fue lo más próximo que estuvieron de hablar sobre su muerte. Nunca fue algo fundamental: “Su espíritu estaba en mí y el mío también estaba en el suyo. No necesitamos decirnos nada más. Él lo sabía y yo lo sabía”.

 

 

Fuente: El Confidencial 

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