¿Es este pueblo finlandés el más feliz del mundo?

Un coro ensayando en el Centro de Educación de Adultos en Kauniainen, Finlandia
jueves, 27 de diciembre de 2018 · 19:41

KAUNIAINEN, Finlandia.- Jan Mattlin estaba teniendo lo que podría considerarse un mal día en Kauniainen. Había ido en su auto hasta la estación de tren y no había encontrado dónde estacionar. Algo molesto, llamó al periódico local para sugerir un pequeño artículo sobre la falta de lugares de estacionamiento. Para sorpresa de Mattlin, el editor puso el artículo en la primera plana.

“Tenemos muy pocos problemas aquí”, afirmó Mattlin, socio de una empresa de capital privado. “Tal vez no tenían más noticias disponibles”.

Así es la vida de ensueño en Kauniainen (que se pronuncia: “kaunieinen”), un pequeño y adinerado pueblo finlandés que bien podría proclamarse el lugar más feliz del planeta.

Padres e hijos en una guardería. Finlandia tiene un sistema de salud universal bueno y barato, educación universitaria gratuita y cuidado infantil asequible Crédito: Lena Mucha para The New York Times

En abril, la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas nombró a Finlandia el país más feliz del mundo, con base en los resultados de una encuesta que se llevó a cabo entre 156 naciones; una segunda encuesta encontró que los 9600 residentes de Kauniainen eran los más satisfechos de Finlandia, lo cual llevó al alcalde local, Christoffer Masar, a hacer la broma de que el suyo era el pueblo más feliz de la Tierra.

Algunos finlandeses se sorprendieron; otros incluso se desilusionaron.

En la conciencia mundial, el finlandés estereotípico es melancólico y más propenso al suicidio que la mayoría de las demás nacionalidades. Los finlandeses están hasta cierto punto convencidos de ese estereotipo: según un proverbio de este país, si un extraño te sonríe en la calle, está borracho, loco o es extranjero.

“Mi problema con la palabra ‘felicidad’ es que no sabemos a ciencia cierta cuál es su significado”, comentó el catedrático Frank Martela, quien investiga el bienestar en la Universidad de Helsinki, y creció a unos cuantos kilómetros de Kauniainen. “Podría significar estar satisfechos con la vida que tenemos o estar contentos todos los días. Es un poco ambiguo”.

Kauniainen puede presumir de ser el lugar más feliz del planeta, pero incluso aquí, las plazas de aparcamiento en la estación de tren son escasas Crédito: Lena Mucha para The New York Times. 

“¿Qué es la felicidad?”

Así que ¿realmente podemos medir la felicidad? Y, de ser así, ¿se puede afirmar que los finlandeses son los más felices?

Para tratar de contestar esas preguntas, parecía obligatorio un viaje a Kauniainen.

Las razones de la felicidad del pueblo no son evidentes al llegar.

Kauniainen, que se encuentra en las afueras de Helsinki, la capital finlandesa, es bonito, pero no sorprendente: se compone de una colección de casas de buen tamaño e independientes, esparcidas a lo largo de un bosque de abetos no muy denso, en torno a una plaza que no tiene nada de extraordinario.

En esta época del año, no amanece sino hasta pasadas las nueve de la mañana y para las 15.30 ya es de noche.

Pregunten a cualquier residente si está contento y obtendrán una respuesta mesurada, pero no eufórica.

“¿Qué es la felicidad?”, preguntó retóricamente Masar, el alcalde, durante una comida el mes pasado en el único restaurante del pueblo.

En Moms, el único bar del pueblo que abre hasta tarde, unos cuantos jugadores de fútbol mostraban una actitud irónica, pero sumisa, ya que aquella tarde estaban algo cabizbajos tras una derrota.

“Cuando perdemos”, dijo el inexpresivo Antti Raunemaa, ejecutivo de construcción, “solo nos contentamos luego de la segunda cerveza”.

La cantinera sugirió que hiciera otra escala para encontrar más sonrisas. “¿Qué tal el McDonald’s en Espoo?”, dijo Jenny Lindholm, haciendo un gesto que aludía al siguiente poblado. “En realidad no hay otro lugar”.

El centro de la felicidad

No obstante: ahí estaba. Solo que tal vez no donde un cazador de felicidad inicialmente esperaría encontrarla.

El edificio alto en los confines del pueblo donde se encuentra el Centro de Educación para Adultos de Kauniainen, con su nombre sin mucha gracia, no parecía prometedor. Pero fue ahí, no en el bar, donde una gran cantidad de residentes se divertían aquella tarde.

En el sótano, tejían alfombras en telares inmensos y hacían cerámica. En la planta baja, un coro cantaba. En los pisos superiores, había quienes pintaban réplicas de íconos cristianos ortodoxos o practicaban yoga.

El centro, subsidiado tanto por el Estado como por la ciudad, ofrece clases vespertinas baratas a los residentes “en esencia, de cualquier cosa que la gente esté interesada en aprender”, comentó Roger Renman, director del centro.

Alrededor del quince por ciento de la población del pueblo se inscribe en el centro en algún momento determinado, algunos pagan menos de un dólar por hora de clase, dependiendo del curso.

Existen centros similares en toda Finlandia, pero el de Kauniainen es especialmente ajetreado, en particular para un pueblo de sus dimensiones.

Este tipo de servicio es lo que hace al pueblo más alegre que la mayoría, concluyó Seija Soini, una empresaria jubilada que tomaba una clase de pintura.

“La principal razón es que la gente tiene algo que hacer, ¡cosas como esta!”, dijo Soini, mientras pintaba un retrato de su sobrina. “Es terapéutico”.

Un sistema subsidiado y con impuestos

Además, el centro educativo era solo la principal de las posibles actividades que hay en el pueblo para los residentes. Los pocos lugares para estacionarse en Kauniainen se compensan con los servicios financiados por el Estado.

En este singular pueblito, hay más de cien clubes deportivos y culturales, todos ellos subsidiados de alguna forma por el consejo local: clubes para la minoría de habla sueca, clubes para la mayoría finlandesa, una pista de esquí, una escuela de música y otra de arte para niños, un estadio de atletismo, una pista de hielo e incluso un conjunto de escaleras al aire libre construidas expresamente, conocidas como “kuntoportaat”, que permiten a los residentes mantenerse en forma subiendo y bajando los escalones.

Cuando hace veinte años los residentes debatieron si debían construir una pista de hockey o una cancha de balonmano, el consejo resolvió la controversia financiando ambas cosas.

La única institución, cuya ausencia es evidente, es la estación de policía: dado que las tasas de delincuencia son mínimas, no hay necesidad de una.

Todo esto se ve complementado por un sistema de atención médica universal buena y barata, educación universitaria gratuita y cuidado infantil asequible.

Para pagar todo esto, los impuestos son altos en comparación con los estándares estadounidenses: alguien que gana 45.000 dólares podría pagar más del doble de impuestos en Finlandia de lo que se paga en algunos estados estadounidenses.

No obstante, los residentes afirman que pueden percibir los beneficios: una sociedad con poca desigualdad, muchas oportunidades y un fuerte sentimiento de solidaridad.

“Para mí, la felicidad tiene que ver con sentirse satisfecho con la vida y las posibilidades que tiene en ella”, comentó Finn Berg, expresidente del ayuntamiento. “Y si lo entendemos así, entonces este es un lugar feliz, porque aquí hay muchas posibilidades”.

Fuente: La Nación,  The New York Times, Patrick Kingsley

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