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Un grupo de 312 represores va a juicio en Argentina por crímenes contra 2685 víctimas

Desde 2006 han sido condenadas 916 personas por secuestros, torturas, desapariciones y robo de niños durante la dictadura.
martes, 20 de agosto de 2019 · 17:39

Tribunales de Buenos Aires y otras siete provincias avanzan en 20 juicios en los que 312 exmilitares, expolicías y civiles son juzgados por delitos de lesa humanidad cometidos en contra de 2.685 víctimas durante la última dictadura militar de Argentina (1976-1983).

Los procesos son dispares en cifras y en impacto. En Salta, por ejemplo, hay un solo imputado. Se trata del exjuez Ricardo Lona, quien está acusado de encubrimiento en las investigaciones por el secuestro y desaparición del exgobernador de esa provincia, Miguel Ragone; el asesinato de Santiago Arredes y la tentativa de homicidio contra Margarita Martínez de Leal.

Un letrero que dice "juicio y castigo" se ve afuera de un centro donde se enjuicia a oficiales de la Marina por su papel durante la dictadura de 1976-1983. 29 de noviembre de 2017.

En el otro extremo está el llamado "Juicio acumulado" que se realiza en la ciudad de Mar del Plata, y que tiene el mayor número de acusados. Son 42 exmiembros del Ejército y un expolicía señalados de cometer crímenes contra 272 víctimas en esta zona militar y en dos centros clandestinos conocidos como 'La Cueva' y 'La Base Naval'.

Los procesos restantes continuarán en Buenos Aires, Chaco, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Mendoza, Neuquén, San Juan, Rosario, Santa Fe y Salta. En la provincia de Buenos Aires, están en marcha nueve juicios más en los que se investigan secuestros, torturas y desapariciones forzadas, delitos catalogados de lesa humanidad, es decir, que no prescriben.

"Una nueva tortura"

En cada uno de los juicios, las escenas se repiten: familiares y amigos de las víctimas se sientan en el área destinada para el público. Los jueces, en un estrado central y siempre más alto. Los fiscales, la querella y los abogados defensores se distribuyen en la sala. Los acusados, en los asientos que les asignan. Y muy cerca de ellos pasan los testigos, muchos de ellos sobrevivientes de torturas que reviven su historia de secuestros en cárceles clandestinas.

Para ninguno es fácil. Los testigos se sienten protagonistas de una especie de representación teatral dramática que, al salir, ellos mismos califican como pesadillesca, irreal, tortuosa, agobiante o inverosímil. El esfuerzo de memoria es agotador porque tienen que recordar direcciones, fechas, horarios, nombres, colores, descripciones físicas o de lugares. De situaciones que vivieron hace décadas y que recién ahora la Justicia está castigando.

"A veces, ser testigo en los juicios es como una nueva tortura", afirma a RT Carlos Loza, quien pasó la Navidad de 1976 encerrado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención más grandes que hubo en América Latina, y que hoy ha sido reconvertido en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos.

La importancia de los juicios, señala, radica en que rescatan la memoria y refuerzan la condena social, lo que mantiene cerrada la puerta a la posibilidad de que haya un nuevo gobierno militar en el país sudamericano.

El sobreviviente advierte, sin embargo, que no hay que descuidar los juicios ni darlos por sentado. "Todavía no sabemos toda la verdad, no sabemos dónde están los cuerpos de los 30.000 desaparecidos, sus familiares no pueden terminar su duelo. Además, hay presiones permanentes para promover la impunidad de diferentes maneras, como liberar a los represores con el argumento de que ya son gente de edad avanzada y están enfermos", dice.

Dejar de llevar la palabra como estigma

A pesar de que los juicios reavivan recuerdos dolorosos, las sentencias son emotivas. Los testigos y sobrevivientes suelen partir en medio de una reparadora sensación de justicia, entre gritos de apoyo y aplausos de militantes de organizaciones de derechos humanos.

Eso le pasó a María Freier el 16 de octubre de 2013, el día que testificó contra los responsables de la desaparición de su hermana Verónica, ocurrida en junio de 1978. La mujer leyó frente al tribunal un poema que erizó la piel de quienes presenciaban la audiencia. Escribir había sido hasta entonces una forma de conectarse con su dolor personal y con la construcción de la memoria social, colectiva.

"El silencio produce mucho daño. Leí ese poema en el juicio porque trataba de reflejar qué pasa realmente en la vida, en la historia de uno, en estos casos. Le quería dar al tema de los desaparecidos una mirada diferente al relato oficial. Después de testificar me sentí muy bien, pero nunca se resuelve todo. Fue un acto liberador porque, como dice John Berger, dejas de llevar la palabra como estigma. Sentí que en el tribunal había sido coherente con mi vida y con mis convicciones", dice.

 

Fuente: Actualidad RT

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