OPINIÓN

Un duelo mucho más largo que el Covid 19

Las muertes por millón de habitantes ponen a San Juan entre las provincias menos afectadas. Pero los números se derrumban frente a las historias de carne y hueso.
miércoles, 9 de diciembre de 2020 · 11:19

Si las muertes por Coronavirus solamente se contaran como estadística, San Juan podría sentir cierta dosis de satisfacción. En el ranking de fallecidos por millón de habitantes, la provincia se encuentra entre las menos afectadas. Es la quinta con menor incidencia a nivel nacional, de acuerdo a los números presentados este martes por la reconocida periodista especializada Nora Bär.

San Juan tiene 200 fallecidos por millón de habitantes hasta el momento, causados por el Covid 19, mientras Mendoza tiene 823 y San Luis 427. Valga la obvia aclaración, al establecerse una tasa de este tipo, ya no tiene influencia la diferencia poblacional de un territorio y otro. Se vuelven todos comparables.

Entonces es válido decir que San Luis más que duplica la mortalidad de San Juan por Coronavirus. Y que Mendoza la cuadruplica. Las conclusiones surgen con nitidez, aunque jamás deberían ser utilizadas con fines políticos. Nunca fue bueno plantear la lucha contra la pandemia como una competencia. Se equivocó el presidente Alberto Fernández cuando lo hizo en el inicio de la cuarentena. Y también cayó en la tentación el gobernador Sergio Uñac, cuando San Juan transitaba los meses sin circulación viral comunitaria.

El gráfico compartido este martes por la periodista especializada Nora Bär

La única vara para medir la peste es la que consiga atenuar su devastadora multiplicación, que en Argentina orilla el millón y medio de casos acumulados y este martes feriado nacional superó los 40.000 muertos.

En este contexto, las provincias extraordinarias que lideran el ranking son Formosa y Misiones. Tienen tan solo 5 y 7 muertes por millón de habitantes respectivamente desde que empezó la pandemia. En tercer lugar quedó Catamarca, con apenas 53 fallecimientos. Y en la cuarta ubicación quedó Corrientes, con 103 decesos. Inmediatamente después apareció San Juan, en el lote de las que pueden exhibir los resultados menos graves de la pandemia.

En la otra punta de la tabla, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene el peor índice, el más elevado, con 1.769 muertos por millón de habitantes. Inmediatamente a continuación aparecen Tierra del Fuego y Provincia de Buenos Aires, en ese orden.

Aunque los números, las estadísticas, permiten entender el estado de situación para tomar decisiones en consecuencia, corregir el rumbo y actuar sin demora, la realidad es que las muertes siempre tienen nombre y apellido, tienen rostro, tienen una historia. Esa imprescindible cuota de humanidad es la que derriba la frialdad de las cifras. Y muchas veces permite volver a asentar los pies sobre la tierra. Comprender que el problema todavía no pasó.

El fallecimiento de la vicerrectora de la Universidad Nacional de San Juan, Mónica Coca, fue posiblemente el que más conmoción social haya provocado, por distintas razones. Porque era una persona reconocida en su ámbito y en la militancia de la educación pública, porque tenía proyección política como candidata a rectora, porque su lucha contra el Covid 19 fue siempre tema de agenda periodística. Cada noticia se compartió públicamente a través de los medios de comunicación y las redes sociales. La sociedad entera siguió con angustia su evolución.

La muerte de Mónica tuvo sabor a derrota. Pero no una derrota suya, sino colectiva. Hubo una cadena de voluntades que se sumó para desear el milagro. Pero no sucedió. Y no se trata de comparar dolores. Cada vida vale exactamente igual que otra vida. Sin embargo, la inmensa mayoría de los fallecidos por Coronavirus en San Juan partió en el anonimato. La triste noticia de la vicerrectora provocó un sacudón. Le puso el cuerpo a los números. Le dio rostro a la tragedia.

Paradójicamente, su deceso no será contabilizado entre las víctimas mortales del Covid 19, porque había logrado negativizar el virus. Pero eso será cosa de las estadísticas. Cada sanjuanino, cada sanjuanina, sabrá que la pandemia le costó la vida. Que era una de las candidatas más firmes para conquistar el Rectorado de la UNSJ, con la bandera del género y la diversidad. Que todo eso quedó trunco por un contagio diagnosticado el 28 de octubre. Que su cuadro se agravó y que luchó con asistencia respiratoria mecánica, pero la cuesta se hizo demasiado empinada.

Entonces, si solo se tratara de estadísticas, San Juan podría dar por superado el momento. Si la tasa de muertes cada millón de habitantes ubica a la provincia entre las cinco menos afectadas del país, si los diagnósticos diarios siguen bajando al igual que la ocupación de camas, entonces sí, podría darse por terminado este capítulo dramático.

Pero sería un engaño. El virus apenas entró en un letargo estacional, una tregua simulada como sucedió en la primavera/verano del Hemisferio Norte, para atacar con mayor agresividad apenas empezaron a bajar las temperaturas. El rebrote generó pánico y retrocesos a aislamientos estrictos en las naciones más desarrolladas. Sin vacunas todavía, la herramienta a mano siguió siendo el encierro.

Argentina -San Juan incluida- cuenta los días para la llegada de las vacunas. Desplegar un operativo sin precedentes. Correr una carrera contra-reloj para inmunizar a toda la población vulnerable al Covid 19 antes de marzo/abril. Antes de la llegada del otoño y el inevitable rebrote de contagios. En algún momento, esto también pasará. Quedarán los números para acreditar la devastación. Pero fundamentalmente quedarán las historias personales arrebatadas por la peste. Un duelo mucho más largo que la pandemia misma.


JAQUE MATE

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