TESTIMONIO

A los 52 años empezó la secundaria: una historia de dolor y revancha

Nancy Quiroga nunca se dio por vencida y pudo sobrevivir a su angustiante infancia y adolescencia. Ahora va tras su sueño.
sábado, 20 de marzo de 2021 · 19:12

“Así inició el sueño de empezar la secundaria, de atreverme a algo que se me negó en un momento”, dijo Nancy Quiroga. Pero la que habla no es la mujer de 52 años que es ahora, sino la niña que con solo 6 fue obligada abandonar la primaria para ir a trabajar.

Su escuela pasó a ser el campo y sus útiles los picos y hachas. Cosechaba uva y plantaba cebolla desde las 4 de la madrugada hasta que el día llegaba a su fin, y un poco más, porque a veces tenía que dormir en los árboles para no perder tiempo de trabajo. Aprendió, en sus palabras, “todo del campo”, pero el costo fue alto. Pagó con su infancia y educación.

Nancy vivía por la calle San Miguel, en Pocito, en un caserón antiguo junto a su madre, su hermano y su padrastro. Su casa era linda, grande y con muchos jardines. Sin embargo, los recuerdos que tiene de ella son “oscuros”.

Le tembló la voz cuando habló de su padrastro y dijo que era un hombre “sin sentimientos buenos”. A ella y a su hermano les decía que no servían para nada y los trataba como “personas sin derechos”. La violencia también era física, los golpeaba e incluso intentó abusar de ella en una ocasión en la que no llegó a hacerlo porque Nancy, siendo una niña, pudo defenderse.

“No tuve infancia”, soltó en una exhalación profunda llena de dolor y bronca. Su padrastro no la dejaba estudiar y mucho menos jugar. Pero, aunque él quiso convencerla de que no servía para nada, ella quería aprender y lo hizo leyendo historia argentina a escondidas.

Su vida dio un giro cuando conoció a su actual marido, Raúl Chirino, y se fue de su casa. Con él tuvo dos hijos, a quienes crió bajo una reflexión cargada de vivencia y sufrimiento propio: “Que los padres les corten las alas a los niños que quieren estudiar es algo muy feo. No porque seas pobre tenés que seguir trabajando, trabajando y trabajando”.

Sus hijos, Fernando y Gabriela, son universitarios. Al hablar de ellos su tono cambia. Ríe y habla como mujer y madre orgullosa. Les ofreció la mejor educación desde el principio y ambos siempre priorizaron sus estudios –los dos formaron parte de los cuerpos de bandera en la primaria y secundaria-.

Tanto les inculcó el estudio que su hija, a quien llama “mi motorcito de vida”, fue la clave para que vuelva a la escuela. “Cuando era una niña Gabi me llegó con una nota diciendo que empezaba la escuela de adultos en su escuela y tenía una alegría tan grande porque yo iba a poder terminar la primaria que me anoté por eso, por ella y por mi esposo”, contó con la emoción que sintió en aquel momento al ver esa pequeña sonrisa abriéndole las puertas que le cerraron alguna vez.

Años después, Gabriela volvió a ser la inspiración y el empuje para enfrentar otra meta pendiente. Junto con su tía y su prima, convenció a su madre de iniciar el secundario. “Me arrastraron para cumplir este sueño”, aclaró Nancy entre risas. Era el momento justo para iniciar porque por primera vez tenía tiempo para ella.

Nancy trabajó de empleada doméstica hasta que la despidieron por la pandemia e inició, junto a su hija, un emprendimiento familiar llamado “El Detalle Desayunos”.  Trabajar en casa y no tener que estar “yendo y viniendo todo el día” le dio un espacio que terminó llenando con estudio.

Su cuñada de 47 años, Norma Chirino, abandonó el secundario cuando enfermó su madre y siempre tuvo el objetivo de finalizarlo. Con el mismo sueño, Nancy empezó la secundaria junto a ella.

Inició un miércoles en el turno nocturno del CENS del colegio pocitano Javier Froilán Ferrero. Antes de su primer día no durmió por los nervios, pero sus hijos le devolvieron el apoyo que les dio en su educación y la ayudaron a prepararse. Gabriela le compró el cuaderno y los lápices, también le dio una mochila. En tanto, Fernando le dibujó las carátulas. "Parecen mis papás”, pensaba cuando los veía.

El miedo terminó cuando estuvo sentada en un banco de escuela de nuevo. "Ver a ese profesor que entraba, sentir el ruido de la tiza en el pizarrón me trajo tantos recuerdos”, rememoró intentando no dejar escapar ningún detalle: “Hasta ver el borrador fue tremendamente emocionante".

Cuando regresó junto a su cuñada, los familiares de las dos las sorprendieron con globos, bocados, carteles de felicitaciones y regalos. El llanto no la dejaba manifestar en palabras el sentimiento que le despertó el recibimiento y solo le permitió decir: “No me olvido más”.

Nancy contó su historia, lloró y liberó la angustia que guardó de niña y que pudo superar en su hogar lleno de amor. “Para ir superándose no hay edad, todos los días es un día de aprender, de vivir, de ser feliz. Mientras la vida me dé una oportunidad de seguir adelante la voy a tomar”, concluyó. Con ese pensamiento los días de clases se sube a una moto y va a hacer que siempre quiso: estudiar.