OPINION

En el nombre de Sheila

Detrás de la conmoción por la noticia, hay otra verdad que subyace oculta. La violencia contra los niños y niñas es moneda corriente. Es cosa de todos los días. La respuesta parece estar a la mano de cualquiera de nosotros.
viernes, 19 de octubre de 2018 · 11:27

Por Daniel Tejada
Canal 13 San Juan

"Tomamos droga y alcohol. No sabemos cómo llegamos a eso", habrían dicho los tíos de Sheila Ayala, la nena de 10 años que fue encontrada asesinada este jueves, buscada desde el domingo pasado en la localidad bonaerense de San Miguel.

La tía de la nena, una de las confesas autoras del crimen, está embarazada de siete meses y además es mamá de otro niño de un año y medio. Fue una de las impulsoras de la campaña mediática para que apareciera su sobrina. La mujer se llama Leonela Araya y tiene 25 años, es hermana del papá de Sheila. El otro sospechoso es Fabián González, de 24 años, oriundo de Paraguay.

El cuerpo de la nena presentaba signos de violencia. Posiblemente, de estrangulamiento. Sobran los calificativos.

Hasta aquí, la fría exposición de los hechos que conmovieron al país entero. Por lo brutal. Por lo inexplicable. Por lo irreparable.

Sin embargo, aunque los periodistas inmediatamente acudamos al manual y empecemos a buscar los antecedentes, y recordemos otros casos aberrantes, como el de Candela Rodríguez, también en Buenos Aires, o el de nuestra Camila -dejémosla en paz-, que ocuparon páginas completas y hora tras hora de aire televisivo y radial, hay otra verdad que subyace oculta.

Es que la violencia contra los niños y niñas es moneda corriente. Es cosa de todos los días. Me lo confesó angustiada una reconocidísima pediatra hace una década aproximadamente. La ex presidenta del Colegio Médico, Martha Elizondo, me pidió encarecidamente que hiciéramos algo para movilizar a la sociedad, porque cotidianamente llegaban chicos al Hospital de Niños con algún signo o sospecha al menos de haber sido vulnerados.

Peor aún: el patrón más repetido es que casi siempre la violencia, incluido el abuso sexual, tienen lugar en el seno familiar. Hay una relación primaria, cercana, entre agresor y víctima, que involucra un pacto de silencio. Un vergonzante contrato que difícilmente se rompa. 

Por eso surge con claridad la necesidad de escuchar a los niños y niñas, como sujetos de derecho, ya no como un menor incapaz que hay que tutelar o poner en resguardo de alguien. Está probado: cuando aparece alguien que escucha, la víctima comienza a hablar. La víctima cuenta. 

Puede ser en el ámbito escolar. O en el vecindario. O en la propia familia. Alguien tiene que aparecer, con la suficiente claridad para entender lo que los pibes y pibas tienen para denunciar. Después habrá tiempo para que los sospechosos se defiendan. Para que contesten que las presuntas víctimas están mintiendo, que han sido inducidas por un tercero o simplemente que están fabulando. Sobran los ejemplos de este descargo que se repite hasta el infinito cada vez que surge una historia semejante en la oficina de ANIVI.

En el nombre de Sheila. Y de todos los y las niños y niñas. Es tiempo de escuchar a tiempo. Y de frenar esta locura.


JAQUE MATE

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