OPINIÓN

Maldita realidad

La Fase 1 se despidió con cinco fallecimientos en apenas un día. La cara más cruel de la pandemia, como recordatorio imposible de ignorar.
lunes, 7 de septiembre de 2020 · 10:05

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, canta Joan Manuel Serrat. La poesía fue puesta a prueba en las últimas dos semanas en San Juan. Porque la realidad llegó teñida de dolor. Con un dejo de sarcasmo, la provincia salió de la Fase 1 el viernes a las 12 de la noche, pero antes la pandemia duplicó la cantidad de fallecidos. En tan solo 24 horas se sumaron 5 víctimas fatales a las 5 que ya había cobrado la peste. 

La cara más siniestra del Coronavirus se hizo presente como un recordatorio inolvidable e imposible de ignorar. Esto es el Covid-19. Se contagia con una facilidad que asombra. Y arrebata vidas, empezando por los adultos mayores. Comenzando por ellos, siempre, hasta que desconcierta con un movimiento inesperado y mata a quien se pensaba a salvo. Es la trayectoria de la epidemia en todo el mundo. Nada hace suponer que en esta recóndita geografía precordillerana algo vaya a ser diferente.

Apenas se logró demorar el ingreso del virus con una inédita vigilancia sanitaria en las fronteras, con medidas nunca antes vista que pusieron al límite de la tolerancia a los repatriados y a los transportistas de cargas. Sin embargo, en una rápida mirada en retrospectiva solo se puede concluir que esa burbuja, como toda burbuja, en algún momento iba a ser perforada. Y ocurrió. La clandestinidad hizo lo suyo, algún contagiado se filtró por donde no debía y una reunión multitudinaria se ocupó del resto. Una bomba Covid-19 estalló en Caucete y de ahí se esparció rápidamente en las narices de los centinelas de la Salud Pública.

La burbuja se rompió. Y el germen encontró sus cauces naturales en San Juan, como ya lo había hecho en Mendoza, en La Rioja, en Buenos Aires y en el resto del planeta. Salta de asintomático en asintomático hasta que llega a alguna persona inmunodeprimida y se convierte en letal. Los ejemplos de quienes antecedieron a esta provincia son preocupantes. Las capitales que debutaron primero con la pandemia tienen sus sistemas sanitarios exigidos a más no poder. No basta la adquisición de camas y aparatología de alta complejidad. El recurso humano calificado no alcanza, los terapistas no dan abasto.

San Juan todavía no llegó a ese extremo, pero a partir de este lunes, primer día hábil con casi la totalidad de las actividades económicas habilitadas, se aumentará notablemente la circulación de personas en la vía pública. Con ello, el Ministerio de Salud espera también que haya un incremento de contagios, aunque se cuenta con que esa curva no sea desmedida siempre y cuando los protocolos se cumplan. En esta instancia, hay una enorme cuota de responsabilidad individual y colectiva. Queda poco por aprender. La convivencia con el virus implica llevar la marca del distanciamiento social grabada a fuego.

El principal desafío podría traducirse fácilmente. Es entender que los sanjuaninos y las sanjuaninas no tienen ninguna característica diferente al resto de la humanidad. Si el virus fue capaz de hacer estragos en otros rincones del planeta, si llenó las terapias intensivas y forzó la excavación de fosas comunes, absolutamente nada se interpone para terminar así. Solo el cuidado propio y ajeno, con los dos metros de separación entre personas, el uso del tapaboca y el lavado frecuente de manos. Así de sencillo y así de difícil.

El microcentro repleto el sábado pasado pudo ser entendido como una luz amarilla. La seguidilla de fiestas clandestinas nuevamente desbaratadas el fin de semana en toda la provincia, nuevamente desnudaron el inútil combate contra la peste. Actos de rebeldía de esa naturaleza echan por tierra el sacrificio del resto de la población. A nadie le resulta gratuito el encierro, la lejanía de los afectos, el cierre del negocio que todavía no tiene protocolo para reabrir. Un baile a escondidas es un escupitajo en la cara de los 700.000 que comparten esta porción de suelo.

La historia contará que el Coronavirus hizo pie en San Juan el 28 de marzo de 2020, cuando se informó oficialmente el primer caso. Una doctora procedente de España, a donde había viajado para especializarse, era la primera sanjuanina diagnosticada con la enfermedad. En ese momento, esta columna se tituló "Bienvenida realidad". Porque fue ese primer cachetazo el que despabiló a la provincia acerca de su vulnerabilidad. Hubo una persecución irracional contra aquella persona en redes sociales, como reflejo espontáneo del terror.

El viernes pasado la muerte de cinco personas en un solo día puso a San Juan en otro estadío. No se le puede dar la bienvenida a esa realidad tan dolorosa. Solo abrazar a las familias que tuvieron que pasar por esa angustia, de despedir a su padre, a su madre, a su abuelo o su abuela, sin siquiera poder tomarles la mano en la agonía. Sin una última palabra de afecto. Maldita realidad. Pero realidad al fin.


JAQUE MATE