OPINIÓN

Las cosas por su nombre

Todas las protestas son políticas. Cada vez que se levanta una voz en contra de una medida de gobierno, hay una postura política que la sustenta.
martes, 8 de junio de 2021 · 10:12

¿Acaso hay alguna protesta que no sea política? Todas las protestas son políticas. Cada vez que se levanta una voz en contra de una medida de gobierno, hay una postura política que sustenta esa disidencia. Y está bien. Es natural en un contexto democrático y con pleno ejercicio de la libertad de expresión. Sin embargo, en ocasión de pandemia ganar la calle parece estar reservado solo para un sector.

Cuando vino el presidente Alberto Fernández el 15 de septiembre de 2020 a San Juan y algunas organizaciones civiles, sindicales y hasta municipios, movilizaron militantes para darle la bienvenida en el Centro Cívico, por supuesto que cosecharon más críticas que que aplausos. No fue apropiado. Se zafaron de las restricciones, del distanciamiento. Tenían doble obligación de respetar los protocolos, si acompañan el proyecto nacional y provincial. Evidentemente el episodio sirvió para aprender porque no se repitió.

Sin embargo, con periodicidad hubo una cantidad de marchas de autoconvocados, con presencia de dirigentes de la oposición. Quedó el registro de ello en los perfiles de redes sociales de diputados provinciales y nacionales. Fueron protestas políticas y no debería ser asumido como un agravio, sino como una descripción. Objetaron leyes que impulsaba el Ejecutivo en el Congreso. O incluso las propias restricciones de la pandemia.

Los banderazos se sostuvieron a lo largo de todo 2020 y volvieron a aparecer en 2021. Mientras tanto, el oficialismo debió guardarse, desactivar las movilizaciones y los actos multitudinarios. Todo migró a la virtualidad. Chau mística. Chau trapos. Chau chori. El peronismo perdió la calle momentáneamente por imperio de las circunstancias. Porque hoy le toca sostener la consigna de quedarse en casa. Porque cualquier paso en falso luego se contará en contagios y en fallecidos. 

Cabe trazar un paralelo entre la incómoda situación que atraviesan los gobiernos, el nacional y el provincial, con los sindicatos. Puntualmente los docentes. En particular, UDAP. El secretario general de este gremio, Luis Lucero, dijo este lunes en Banda Ancha que la protesta de su sector se politizó. Lo afirmó con tono de acusación, pero también con cierta resignación, porque sabe que está disputando una pelea desigual.

Lucero dijo que está inhibido siquiera de convocar a un plenario de delegados o a una asamblea para aprobar un balance, porque tiene expresamente prohibido reunir personas. Mucho menos podría convocar a una movilización en las calles. No puede, por lo tanto, medir fuerzas con los autoconvocados. En conclusión, en las calles y para toda la opinión pública, aparece una suerte de monopolio. Solo se puede escuchar una posición, la del malestar, la de la protesta. Si Lucero tiene miltancia para cubrir la ciudad, no lo puede mostrar. Automáticamente recibiría sanciones por desobedecer las normas sanitarias.

El mensaje hacia afuera es de soledad. Lucero está aislado. Encerrado. Acordando entre cuatro paredes con el gobierno. Mientras tanto, los docentes autoconvocados que no se sienten representados salen a las calles. ¿Son todos? No. ¿Son la mayoría? Difícil saberlo. Existen y son visibles. Eso es innegable. Pero también están los otros, alineados con la conducción sindical. Y son los que circunstancialmente quedaron invisibilizados y silenciados. Aparentemente son las reglas del juego.

Lucero tuvo que repetir por enésima vez que la decisión de regresar a la presencialidad administrada y voluntaria fue exclusiva del gobierno. Que Sergio Uñac los convocó el miércoles para comunicarles la medida. Y que recién el viernes tuvieron la oportunidad de firmar un protocolo laboral con el ministro de Educación Felipe De los Ríos. Sin embargo, el jueves los autoconvocados ya habían inundado las arterias con un bocinazo importante y consignas descalificantes hacia los sindicatos paritarios.

A esto se refirió Lucero cuando denunció que 'se está haciendo marketing con la escuela'. Y fue más allá. Advirtió que 'están adelantando las elecciones de noviembre' y 'las elecciones que tenemos dentro de dos años'. ¿Está mal hacerlo? Para nada. Son las reglas del juego. Sin embargo, UDAP patalea impotente -como UDA y AMET en menor medida- por la imposibilidad de contraatacar con otra marcha igual de numerosa. Simplemente, están vedados de hacerlo.

Las elecciones de noviembre son las legislativas de mitad de mandato, que poco y nada tienen que ver con los sindicatos. Son comicios para mandar tres diputados nacionales al Congreso, aunque se conoce su carácter plebiscitario. El oficialismo nacional y el provincial también, pondrán a consideración de la ciudadanía sus gestiones. Así han funcionado estas urnas de mitad de mandato desde el retorno de la democracia hasta esta parte.

Ahora, ¿se extralimitó Lucero cuando habló de las elecciones de 2023? No, en absoluto. Aunque no se diga en voz alta porque sería impopular, todos los espacios están calculando lo que pueda suceder cuando finalicen los mandatos actuales de Fernández y de Uñac. Por supuesto que nadie lo pondría en una pancarta porque sería poco inteligente mezclar la nobleza de las escuelas con el manoseo proselitista. Pero hay cálculos de uno y del otro lado del mostrador sobre el futuro del país y la provincia.

Entonces claro que el tema central son las clases presenciales y las clases virtuales. No hay dudas de que la prioridad es la salud, la carrera por las vacunas, el desafío de pasar el invierno. Pero también es real que hay mar de fondo. Y así como detrás de cada medida de gobierno hay una decisión política, detrás de cada protesta también hay militancia política. Con todas las letras. Sin falsos pruritos. Es hora de empezar a llamar las cosas por su nombre.


JAQUE MATE